Cualquier día te aplasta cuando tarde, ya muy tarde, te vas a la cama. Y te metes sin quitar los calcetines porque el edredón está intacto al otro lado y no hay pies a los que arrimarse.
La habitación está callada y al acostarte notas aún más si cabe la frialdad de las sábanas, de la soledad de la alcoba.
La habitación está callada y al acostarte notas aún más si cabe la frialdad de las sábanas, de la soledad de la alcoba.
Estas volviendo a la realidad de armarios sin su ropa, almohadas sin su olor y sitios sin su dueño.
Y encogida, cerrando los ojos con fuerza, intentas volver a soñar con lo que imaginabas de pequeña.
Y encogida, cerrando los ojos con fuerza, intentas volver a soñar con lo que imaginabas de pequeña.
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