A mí me gustan las sorpresas. A veces me asola una ráfaga de miedo, pero la emoción del desconcierto suele ser embriagadora.
Aún así, siento una necesidad de control que no concuerda con el gusto por la sensación de impresionarse. Una exigencia de dominar la situación que no es coherente con el interés por la palpitación del corazón, los calores subiendo hasta los mofletes, los sudores y hasta algún grito.
Quizás sea que a lo largo de mis treinta y tantos, el recuerdo de las buenas anécdotas quiere imponerse a la memoria de las malas. De ahí que disfrute cuando de vez en cuando dejo que todo corra su curso sin intentar controlarlo todo, pensarlo todo, racionalizarlo todo. Del mismo lugar llegan los temores al evocar, consciente o no, según que recuerdos.
Tal vez y sólo tal vez por eso, hay personas que saltan de emoción en emoción, de lugar en lugar, de corazón en corazón. Y no digo que no hayan tenido sorpresas de esas que te pegan un batacazo que te dejan estupefacto y consternado, que te turban y conmocionan. Seguro que si, como todos. Debe ser que ellas tienen memoria selectiva.
Fotografía de F. Rivera
No hay mayor sorpresa que la de la vida, cuando menos te lo esperas te da lo que ya ni soñabas y, nada, hoy en este comentario no coge la parte mala.
ResponderEliminarSaludos sorpresivos, a qué no te esperabas mi visita?????...jajajja, pues eso...¡¡¡¡Sorpresa!!!!
pues no la esperaba no!!! y me alegra la sorpresaa!!! espero que tenga más veces estas sorpresas
ResponderEliminarAhora seguro que si, ya he tejido un hilo desde tu casita virtual a mi escritorio para saber volver...
ResponderEliminarSaludos chica de los treinta y tantos.