Ardiendo



Cuando llegué la ducha estaba abierta impregnándolo todo de vaho y calor. Varias velas encendidas y colocadas por todas partes, provocando un gran efecto embriagador.

La botella de tinto llenó dos copas que esperaban ser bebidas.



Al abrir la puerta me recibió con un cálido y húmedo beso, largo como pocas veces. Me ayudó a deshacerme de mi abrigo, la ropa y me ofreció el vino que llevaba rato servido.

Todo mi cuerpo se estremeció al darle el primer sorbo, intuyendo la amalgama de sensaciones que me esperaba.


Mi apetito aumentaba mientras sus dedos se perdían entre los lunares de mi cuerpo. Sus susurros de pasión calentaban más mi cuerpo.

Tras terminar la primera copa mis hormonas pedían a gritos entrar en la ducha y sentir el agua caliente caer sobre mí, al tiempo que sus manos me recorrían suave, pausadamente. Cuanto más sosegado parecía él, más agitada me sentía yo.


Su saliva se mezclaba con la mía mientras sus yemas recorrían cada centímetro de mi piel.
Y yo disfrutaba de sus caricias.

El olor a vainilla de las velas y el gel se mezclaba con el del deseo.





Suavemente levantó mis brazos y los colocó sobre el alicatado, agarrándolos dulce pero enérgicamente. Alzó mi pierna y buscó su hueco, el lugar por donde entrar a lo más profundo de mi cuerpo.

Sus palabras, sucias y delicadas, despertaban mis ansias y facilitaban sus embestidas.


Quise girarme y me ayudó. Soltó mi captura dejando caer su mano por mi brazo hasta la cintura. Me agaché y mientras el agua caía, mi boca buscó donde pararse.

Lamí lentamente todos sus recovecos. Recreándome. Rozando con mi lengua desde la punta, sin dejar de oírlo gemir ni un momento.


Sus suspiros y súplicas me excitaban aún más y antes de llegar al límite volví a su boca. Sus labios carnosos pedían mordiscos fogosos.

Todos mis poros querían más y antes de que me diese cuenta, lo volví a sentir dentro de mí, mientras sus manos rozaban con ansia mis pechos y las mías agarraban con fuerza sus nalgas, ayudándolo a moverse.


Nuestras mechas hacen chispa casi siempre al mismo tiempo y los fuegos artificiales llegaron pronto, pues habíamos puesto demasiada pólvora.

Volvimos a arder en la cocina, mientras preparábamos la cena y saboreábamos otra copa de vino.
Y nuevamente en la cama, en un intento de descanso tras tanta energía quemada.


Y es que me enciende!
Me abrasa!
Y un día me voy a quemar!






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