Mi Parroquia Huele a Rancio




Voy a ser madrina de Gabriel, el primer retoño de una pareja que somos amigos desde tiempos inmemoriables. Gente que quiero y me quiere sin condiciones desde hace años. Y es para mí doble motivo de satisfacción. Afronto, a pesar de mis creencias, este momento con anhelo e ilusión.
 
Es por esto que he tenido que volver a la parroquia donde un día hice la comunión y la confirmación. La misma iglesia que vio cómo despedía a algunas de las personas (otras todavía siguen conmigo y que sea por mucho tiempo) más importantes en mi vida. Y desde entonces, no volví allí.
 
Tenía todavía recuerdo de cómo vivía el templo por aquel entonces, cuando con 9 años, aún creía todo aquello que me habían contado y disfrutaba cantando y formando parte activa de la comunidad.
La casa de Dios era grande, con Imágenes impactantes que reflejaban amor al prójimo.
Muchas velas que impregnaban de sensación aquella nave decorada para cumplir ritos y creencias de muchedumbres.
Filas y filas de bancos repletos cada festividad hasta el último hueco, y niños y mayores que se levantaban y sentaban al son de aquel canoso señor que contaba las historias de Nuestro Salvador y nos adoctrinaba sobre cómo amar y actuar con nuestros hermanos, nuestros iguales.
Aquel Párroco, por el que han pasado todos estos años, continúa repitiendo las mismas lecturas de antaño cada día, cada domingo y cada fiesta de guardar.

Hoy, ya con otra edad y mentalidad, me ha impactado inmensamente volver a entrar allí. La estampa dantesca de una iglesia grande cómo pocas, y vacía. Sólo dos señoras de alivio rezaban el rosario, entre dientes, con voz tenue y afligida y un fiel abuelo, encorvado del paso de los años, allí trabajaba limpiando y adecentando aquel templo que ya no rebosa luz y calor humano, mucho más allá de mis creencias actuales.

La escena presenta tintes en blanco y negro: velas gastadas a media asta que ruegan por almas, Santos apagados y gastados de caricias de fieles implorando su intervención, Restos en el aire de suplicas que han quedado pegadas a las paredes con el paso del tiempo, ambiente sombrío, atmósfera lúgubre, santuario hoy en día abatido y abandonado.

Pensé que sigue habiendo feligreses, leales a sus creencias, que continúan visitando la basílica y son devotos a los solemnes rituales que allí se llevan a cabo, con los que hoy en día yo no tengo empatía.

Un escalofrío atravesó mi cuerpo y mi mente. Y ahora el recuerdo se ha transformado en añejo.
Mi parroquia huele a rancio.

 

2 comentarios:

  1. Todos los recuerdos, por muy bonitos que sean, terminan oliendo a rancio tarde o temprano.

    Lo ideal, lo mejor, es sustiturlos por otros nuevos. Como por ejemplo ser madrina de Gabriel. :)

    ¡Un beso!

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  2. Anónimo22:47

    creo que es una buena metáfora ; "huele a rancio", para describir una triste realidad en las parroquias y los templos aunque no en todas, salvo en las misas de 12 de los domingos , el resto de las misas son frecuentadas por las mismas personas normalmente envejecidas y es difícil encontrar personas nuevas que se asomen aunque fuese por curiosidad , la Nueva Evangelización es un reto creativo que quizás no sabemos impulsar en estos tiempos y que podría renovar esa imagen de rancio en los templos ,solo se consigue con unas personas que se atrevan a recorrer las calles y llevar de alguna manera el anuncio de que Dios te ama.

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