Se había roto en mil pedazos y las cicatrices de la recuperación atravesaban su piel, dejando los rescoldos del dolor a la vista.
Al cobijo de la tenue luz de una vela, alguna noche de verano se observaba de reojo al desvestirse para dormir. No se atrevía a mirar de
Entonces, se sofocaba recordando aquella mirada salvaje atravesando su cuerpo, su mente, su alma y se hacía pequeñita mientras intentaba borrar las huellas de sus manos viajando por su piel. Sentía sus mejillas arder, recordando las caricias al alma de aquellos ojos.
A sus Treinta y Tantos quería estar lejos de su retrato, para no contaminar de fuego el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario