Y vació el armario, lo limpió y lleno de perchas, listas para ser usadas.
La copia de las llaves ya estaba en su bolsillo y su hogar volvía a ser ahora para dos.
En ese mismo instante se dio cuenta que estaba permutando intimidad por calidad de vida. Solo un canje, por interés, sin la ilusión necesaria por compartir parte de su historia, su biografía, su mundo al fin y al cabo.
Esta vez, no quedaba bien en su sofá, pero aun así, ahí estaba.
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